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Boda en El Huerto de Santa María
Paula & Vicent | 13 Julio del 2025

Este reportaje de boda es un ejemplo de nuestro trabajo como fotógrafos y videógrafos en Huerto de Santa María. Puedes ver más bodas en este lugar en nuestra guía de bodas en Huerto de Santa María, o explorar otros lugares en nuestra guía completa de masías en Valencia.

Entrar en El Huerto de Santa María aquel 13 de julio fue como abrir un álbum que ya tenía página tras página escritas. Paula y Vicente llegaron con la calma de quien ha pasado años juntando viajes, musicales y sobremesas; su historia arrancó con una amiga que hizo de celestina, una primera cita en la Patacona y una radio poniendo de fondo All You Need Is Love. Esa anécdota de la primera canción se contó con una mezcla de ternura y sonrisa —y dejó claro desde el minuto uno que aquello no iría de postureo sino de memoria compartida.

La ceremonia empezó con música en vivo: un cuarteto de cuerda que marcó el pulso íntimo del acto y que, en silencio, fue sostén de las palabras que venían. Antes de las intervenciones, el oficiante recordó la trayectoria de la pareja: doce años de convivencia, la gata Misha que al principio atemorizó a Paula y terminó siendo parte de la casa, y la decisión espontánea de Vicente de pedir matrimonio en Navidad—no con la clásica arrodillada, sino con una pregunta directa que pilló a Paula en shock y la lanzó a la mayor felicidad. Todo eso se escuchó con cariño y con la risa contenida de la familia.

Lo que hizo la mañana inolvidable fueron las voces que subieron al micrófono: no discursos mecánicos, sino confesiones, metáforas y chistes con historia. La hermana de Paula —Anna— habló desde la experiencia y la admiración: recordó cómo Paula había sido sostén en momentos difíciles y dijo, con orgullo y emoción, que «mira la vida que t’has construït»; fue un parlamento que hizo saltar algún nudo en la garganta y que puso a la familia en la primera fila del relato.

El padre de Paula, Paco, y la madre de Vicente, Lola, se acercaron a la sencillez: elogios a la constancia, a la convivencia y a la bondad de los dos. Lola recordó la estabilidad que Vicente aporta y la alegría que supone para la familia; Paco, con palabras más prácticas, subrayó la importancia del respeto y la convivencia como pilares del día a día. Sus voces dieron al acto cierta gravedad cálida —la de quien habla desde el día a día y no desde los titulares.

Hubo amigos que tradujeron la relación en escenas y bromas: salieron anécdotas de veranos compartidos, guiños al carácter intenso de Paula (la describieron como “oroneta”, la intrépida que hace nido y da suerte) y risas sobre cómo Vicente, en sus días más “greñudos”, ya tenía la paciencia de un hermano mayor. Esas imágenes sencillas (la oroneta como talismán; la broma del “superhéroe” fraternal) construyeron un retrato genuino y luminoso.

Los votos fueron directos y sin florituras. Vicente, con un humor que le delata y con la mención constante a Misha, prometió apoyo, cariño y la misma cabezonería de siempre —una promesa con sonrisa que emocionó por su normalidad. Paula, por su parte, escuchó hablando desde la complicidad: allí no había frases aprendidas; había la suma de gestos cotidianos: vivir juntos las pequeñas cosas, negociar, acompañar. Esa naturalidad fue el latido del día.

Hay silencios que lo dicen todo.

Y el que se hizo en el Huerto de Santa María cuando Vicente se rompió al escuchar a su cuñada, Anna, fue uno de ellos. Pude ver a través del objetivo cómo su coraza se quebraba, porque hay historias que empiezan en los momentos más difíciles para convertirse en el pilar más fuerte. La boda de Paula y Vicente no fue solo una celebración, fue un homenaje al amor que sostiene, al que acompaña en la tormenta y al que nunca olvida.

Y es que las palabras de Anna resonaron en cada rincón: ❞𝐕𝐢𝐜𝐞𝐧𝐭𝐞, 𝐭𝐞 𝐜𝐨𝐧𝐨𝐜𝐢𝐦𝐨𝐬 𝐞𝐥 𝐝í𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐞𝐝í𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐦𝐢 𝐦𝐚𝐝𝐫𝐞. 𝐕𝐚𝐲𝐚 𝐝í𝐚 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫 𝐞𝐧 𝐮𝐧𝐚 𝐟𝐚𝐦𝐢𝐥𝐢𝐚, ¿𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝? 𝐏𝐞𝐫𝐨 𝐚𝐡í 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐯𝐢𝐬𝐭𝐞, 𝐬𝐨𝐬𝐭𝐞𝐧𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐚 𝐦𝐢 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐩𝐞𝐨𝐫 𝐦𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚❞. Esas palabras no fueron solo un discurso, fueron el alma de una ceremonia que nos recordó a todos el valor incalculable de la familia y el verdadero significado de estar ahí.

𝐌𝐨𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫𝐚́𝐬 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐯𝐢́𝐝𝐞𝐨:
✓ La voz entrecortada de Anna, la hermana de Paula, al recordar a su madre. Pura piel de gallina.
✓ La mirada de Vicente, ese hombre de apariencia serena, quebrándose al escucharla. Un momento que lo dice TODO.
✓ La historia de cómo 'All You Need Is Love' sonó en la radio tras su primera cita. El destino haciendo de las suyas.
✓ La explosión de alegría en la fiesta, una liberación de energía y felicidad que contagió a todos en la pista de baile.

Si buscas a alguien que no solo grabe tu boda, 𝑠𝑖𝑛𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑎 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑖𝑔𝑜 y entienda el valor de cada lágrima y cada sonrisa, hablemos. Quiero escuchar tu historia.

El ritual del día fue el del vertido de las arenas: dos recipientes con tierras y recuerdos que, al vaciarlas juntas, simbolizaron lo que han sido y lo que serán. Cada grano representó un momento, un aprendizaje, una risa o una dificultad; mezclarlas fue la metáfora física de una convivencia que se hace indivisible. Mientras caía la arena, muchos rostros se suavaron y se oyó, casi en un susurro, la idea de que ya no hay retorno: ahora caminan mezclados.

Las lecturas y metáforas marcan el tono íntimo de la boda: Paloma, amiga de Paula, intentó leer la carta de San Pablo pero terminó hablando de Paula y regalando imágenes —la comparó con una enzima, una catalizadora de buenas vibras—; esas imágenes no son jerga retórica, son la forma de explicar en voz alta por qué la persona que tienes al lado transforma todo el entorno. Esa energía se notó durante el cóctel y en cada mesa.

Entre las risas también asomaron las ausencias: hubo menciones a quienes no estaban y aplausos dirigidos al cielo, y la emoción se hizo paisaje cuando la hermana confesó que habría querido ver a su madre en primera fila —esa ausencia quedó nombrada, respetada y abrazada por todos.

Finca El Huerto de Santa María se prestó a la narración: jardines que funcionaron como escenario para fotos de grupo relajadas, rincones donde atrapar miradas en blanco y negro y espacios para que el photocall explotara en espontaneidad. La estética del día no buscó ser portada de revista; buscó, y consiguió, ser fiel a la historia de ellos.

Al final quedó lo que siempre queda cuando una boda está hecha desde la verdad: conversaciones largas en la mesa, abrazos que pesan y anécdotas que seguirán contándose. Mario, el hermano de Vicente, habló desde la complicidad infantil convertida en respeto adulto: recordó al «superhéroe» que fue su hermano y cómo ahora se han vuelto cómplices. En ese balance de bromas y cariño se resumió la tarde: una comunidad que protege y celebra.

Si tuviera que seleccionar imágenes para el reportaje serían: la primera cita en la Patacona (la radio), la gata Misha asomando en el salón, la oroneta como símbolo en las palabras de las amigas, el momento de la arena mezclándose y la mirada entre Paula y Vicente justo después de decir “sí”. Esas fotos contarán la historia dentro de diez años con la misma fuerza con la que sonaron las voces aquel día.

Si hay una forma sencilla de decirlo: aquella boda en Finca Calderón no se recordará por una foto perfecta, sino por las pequeñas confesiones que quedaron en el aire —las que, dentro de años, nos devolverán exactamente al mismo olor de la tarde, al mismo ruido de llave y a las mismas manos que se encargan de regar la rosa.

Un abrazo,
Israel — Va de Novias

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